@leonel_con_e
lunes, 9 de agosto de 2010
De por qué el hacer pis sentado no mella ni un poquito mi masculinidad
El hombre soltero, cuando aún vive solo, con un mínimo de sagacidad, descubre que cuando hace pis sentado, la distancia recorrida por el chorro es considerablemente menor a la recorrida al realizar esta operación de parado (soy conciente de que estoy cayendo en lo escatológico). Considerando la aceleración en caída libre 9,8 m/s, vemos que poder acortar esos centímetros se vuelve determinante al momento de impactar con la fría, blanca e impávida pared del retrete. Provocando el caótico esparcimiento de una fina llovizna en forma de spray cobrizo (caigo aún más profundo, lo sé). Este efluvio, sometido al paso de incansables jornadas, y por obra de la repetición sistemática del procedimiento descripto anteriormente, resulta determinante en la aparición de un persistente y fétido olor…a pis; que no tardará en usurpar todo nuestro espacio sanitario haciéndose inevitable que nuestro olfato no haga contacto. Esto nos pondrá en posición de tener que efectuar una de las tareas más ingratas que la vida doméstica nos depara: limpiar el baño! (actividad que bien podría ser descripta en otro opúsculo, a fin de evitar la digresión innesesaria). El límite en nuestro nivel de tolerancia al mencionado olor, es el que determinará la frecuencia (semanal, mensual, anual¿?-puaj-) con la que practicar el aseo del tocador. He aquí el centro de la cuestión, que viene a radicar en la relación directamente proporcional entre grado de salpicadura y deber de higienizar. Por eso amigos, más por no limpiar que por lo contrario, es que lo hago sentado.
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